La OMS propuso una definición de "salud ", también contenida en su constitución de 1948, que implica la puesta en juego de una amplia gama de factores interrelacionados: biológicos, psicológicos y sociales: " La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades. El goce del grado máximo de salud posible es uno de los derechos fundamentales de todo ser humano, sin distinción de raza, religión, ideología política o condición económica o social".
Hace tiempo que se reconoce que el medio ambiente es un elemento clave que, junto con las distintas esferas de la vida social y económica, repercute en la salud de las personas. Y no sólo eso, sino que estas esferas están a su vez influidas por el aumento de los edificios, de forma compleja e interactiva (1).
De hecho, con el paso del tiempo, la densificación de las ciudades ha convertido a Europa en un continente altamente urbanizado, lo que a menudo ha provocado la eliminación o la degradación de los espacios verdes existentes, no solo en términos de cantidad sino también de calidad (2). Sin embargo, las previsiones anticipan que en poco más de una década la Tierra estará habitada por unos 8.500 millones de personas y casi 10.000 millones en 2050, frente a los 7.700 millones actuales (3). Los retos que siguen a los procesos de densificación, como la pérdida de espacios verdes urbanos, son cuestiones críticas que afectan a la calidad de vida, a la posibilidad de ocio, a la biodiversidad y a la prestación de servicios ecosistémicos (4). Recientes análisis epidemiológicos han investigado los impactos a largo plazo de cuatro entornos urbanos distintos, caracterizados por la contaminación atmosférica relacionada con el tráfico (TRAP), el ruido, los espacios naturales y la transitabilidad de los barrios, para comprender la relación con la mortalidad, las enfermedades cardiovasculares, las enfermedades respiratorias crónicas, las alergias, la diabetes de tipo 2 o la reproducción. Los resultados muestran que la interacción del hombre con este "entorno construido" puede tener un profundo impacto en su salud. Estas exposiciones pueden agruparse en lo que se denomina "exposoma", es decir, una medida holística de los factores ambientales a los que están expuestos los individuos a lo largo de su vida, considerando tanto los factores negativos, como el tráfico y el ruido, como los positivos, como los espacios naturales (6).
El término "Infraestructura verde", en cambio, introducido por primera vez en Estados Unidos a finales de la década de 1990, indica una red interconectada de suelos y aguas protegidas que sostiene las especies autóctonas, mantiene los procesos ecológicos naturales, apoya los recursos hídricos y contribuye a la salud y la calidad de vida. Básicamente, apoya la protección de los sistemas naturales frente a los agentes perturbadores que aumentan con el desarrollo urbano. La infraestructura verde se denomina así para que se considere al mismo nivel que las demás infraestructuras, por lo que debe planificarse y gestionarse como parte integrante de la estructura urbana. En general, existe una amplia evidencia científica sobre los beneficios ecológicos, sociales y económicos del espacio verde urbano, además de ser importante para la apariencia de la ciudad y la calidad de vida. (5). La UGI, Infraestructura Verde Urbana, además de abordar los principales retos de la urbanización, aumenta la cohesión social, promueve la transición a la economía verde, la adaptación al cambio climático y la conservación de la biodiversidad (7). Pero, sobre todo, es sin duda un elemento importante para mejorar la calidad de vida en la ciudad (8).
Si bien es cada vez más evidente que el espacio verde urbano tiene un efecto positivo a nivel mental y físico, potencialmente eficaz para mejorar el sistema inmunológico del organismo, al mismo tiempo también puede generar impactos negativos en la salud, por la alta exposición a alérgenos (polen), por el riesgo de contraer enfermedades infecciosas o por los cánceres de piel debidos al exceso de rayos UV. Un buen diseño y un mantenimiento cuidadoso pueden ciertamente reducir o prevenir muchos de estos impactos negativos (9). Sin duda, uno de los inconvenientes concretos e indiscutibles de las plantas para el ser humano es la alergenicidad. En efecto, la atmósfera alberga los pólenes, que representan el elemento masculino para la reproducción de las plantas de semilla, y cuando alcanzan la fase de madurez se liberan para llegar a la parte femenina de la flor, con el fin de la polinización. Esto ocurre gracias al transporte del viento en las plantas anemófilas o a través de los insectos en las entomófilas. Básicamente, el grano de polen se caracteriza por tener una capa protectora formada por dos paredes: una externa llamada hexina y otra interna llamada intina (8). La alergia respiratoria es la expresión clínica de una respuesta inmunológica considerada inapropiada, por ser definitivamente exagerada, hacia los alérgenos transportados por el aire, a menudo responsables de rinitis, conjuntivitis y asma (10). El estudio realizado sobre el potencial alergénico de las plantas urbanas por Cariñanos P. et al presentó otro índice de gran relevancia desde el punto de vista de la calidad ambiental, relacionado con la alergenicidad de la zona verde urbana (ZVU): subraya la necesidad de considerar la potencial alergenicidad de una especie a la hora de seleccionar el material vegetal a utilizar en las ciudades para que las zonas verdes urbanas sean inclusivas y no excluyentes en términos de salud pública (11).
Como todos sabemos, una parte integral de la jungla urbana es el bosque urbano, definido por un conjunto de árboles, arbustos y otras plantas que ocupan zonas urbanas y suburbanas. En su mayoría han sido plantados por el hombre, y producen potentes alérgenos que existen en gran número. En efecto, se trata de una estructura artificial de origen exclusivamente antropogénico. Teniendo en cuenta esto, la alergia va de la mano del comportamiento humano, es decir, las actividades de las personas y los lugares de actividad determinan las relaciones de exposición con los alérgenos, traduciéndose en sensibilización y posterior reactividad. No siempre se tienen en cuenta los potenciales alergénicos de los árboles elegidos en la fase de diseño para ser plantados en las nuevas calles o jardines, aunque existen diversas referencias para los promotores que ayudan a la elección adecuada de la vegetación, que pueden consultarse para evitar complicaciones alérgicas. Casi todas las ciudades siguen una ordenanza de plantación que se basa en una lista de recomendaciones de especies (12).
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